sábado, 31 de enero de 2015

"Nunca confíes en un conductor de buses desnudo". La vida y todo lo demás. Woody Allen.

viernes, 30 de enero de 2015

Ulrica

Ayer me escribió la mamá de una amiga diciendo que había mirado un video en la televisión, en una sala de espera, y la nena protagonista del video era igualíta a mí. Sigo pensando que hay demasiadas personas en el mundo que se parecen a mí y en lo poco original y auténtico que eso es. Pero me acuerdo de mí hace varios años, no fue hace tanto, con todos los cortes de pelo que tuve, mis papás separados, la prótesis dental, los premios, las cosas que hice. Era una nena linda, buena. A veces bastante extrema, pasaba del bien al mal en un minuto. Eso sí: nunca dejaba de contar historias o de opinar sobre cualquier cosa. Acá un homenaje a mi niñez. No me importa que pueda ser aburrido o sean de esas cosas que sólo a uno le gustan. Me pregunto si habrá sido el mejor momento de toda mi vida y ya pasó. Podía estar horas jugando, imaginando cosas, hablando sola. "Yo querría que este momento durara para siempre", le dice el protagonista a Ulrica, una joven extraña, de la que no sabemos mucho, sólo que la creó Borges. Ella le contesta, descreída pero contundente que "Siempre" es una palabra que no está permitida a los hombres. A los hombres de verdad, supongo. A las personas fuertes. Siempre es mejor pensar que lo bueno todavía no llegó, que la felicidad está después, porque sino lo que resta es una vida miserable o nostálgica.

jueves, 29 de enero de 2015

El bien

A despecho de las dificultades de mi historia, a pesar de las desazones, de las dudas, de las desesperaciones, a pesar de las ganas de salir de ella, no ceso de afirmar en mí mismo el amor como un valor. Todos los argumentos que los sistemas más diversos emplean para desmitificar, limitar, desdibujar, en suma despreciar el amor, yo los escucho, pero me obstino: “Lo sé perfectamente, pero a pesar de todo…”. Remito las devaluaciones del amor a una suerte de moral oscurantista, a un realismo-farsa, contra los cuales levanto lo real del valor: opongo a todo “lo que no va” en el amor, la afirmación de lo que en él vale. Esta testarudez es la protesta de amor: bajo el coro de las “buenas razones” para amar de otro modo, para amar mejor, para amar sin estar enamorado, etc., se hace oír una voz terca que dura un poco más de tiempo: la voz de lo intratable amoroso. El mundo somete toda empresa a una alternativa: la del éxito o el fracaso, la de la victoria o la derrota. Protesto desde otra lógica: soy a la vez y contradictoriamente feliz e infeliz: “triunfar” o “fracasar” no tienen para mí más que sentidos contingentes, pasajeros (lo que no impide que mis penas y mis deseos sean violentos); lo que me anima, sorda y obstinadamente, no es táctico: acepto y afirmo, desde fuera de lo verdadero y de lo falso, desde fuera de lo exitoso y de lo fracasado; estoy exento de toda finalidad, vivo de acuerdo con el azar (lo prueba que las figuras de mi discurso me vienen como golpes de dados). 
Enfrentado a la aventura (lo que me ocurre), no salgo de ella ni vencedor ni vacilo: soy trágico. (Se me dice: ese tipo de amor no es viable.  Pero ¿cómo evaluar la viabilidad? ¿Por qué lo que es viable es un Bien? ¿Por qué durar es mejor que arder?)


Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes.

lunes, 26 de enero de 2015

The groundhog day

(En el Ministerio de Trabajo, sin trabajar)


Mi vida entera es una gran ironía. Sí. En el Ministerio de Trabajo pero sin trabajar. Así como es. Y no es por mala voluntad, porque no haya cosas para hacer. Es por la demora de una información, una presentación, un correo electrónico. En el fondo, no se sabe. Nunca se va a saber porqué demoran las cosas. Es un día así como nada, con poco para recordar, para hacer, para sentir. No tiene nada de malo que así sea. A mi me gustan los días medio nada, yo soy medio nada, la nada no tiene nada de malo. ¿O no? ¿Por qué hay que ser productivo? ¿Por qué hay que vivir los días como si siempre fuese el último? ¿Quién dijo eso? No entiendo para qué vivir al máximo. Ni el mundo ni yo merecemos tanto. Pero por otro lado, ¡ay!, la vida que no vivo, los viajes que no hago, los affaires que no tengo, el talento inexplorado, ahí, aguardando salir. Estoy acá, en una oficina, frente a una máquina, leyendo un libro sobre la generación del 37. Una generación con proyectos, con ideas, con espíritu de cambio. Yo acá, tan nada y tan feliz. Pero qué linda vida que no estoy viviendo, llena de voluntad. Una amiga me dice que tiene necesidades, ganas de hacer cosas pero no puede porque antes prefiere estudiar y recibirse pero, a la noche, cuando hace calor y todos salen a bailar sin culpa, ahhhhh, qué tristeza ser nosotras. Por qué estudiar. Por qué. Por qué no me tomé un año sabático cuando todavía no era absurdo hacerlo. Y yo tan yo, acá, averiguando para retomar francés, yendo a canto a las cuatro de la tarde cuando se prende fuego la ciudad en la que todo el país quiere estar para ir a la playa, al mar, yo canto, mas o menos, mas o menos mal, con corazón, a veces sin ganas. No me voy porque no vuelvo. No dejo la carrera que empecé a estudiar hace casi seis años porque sé que apenas conozca otra vida un poco diferente no volvería nunca más a vivir ésta. ¿En verdad es la literatura lo que amo? ¿Cuántas personas en el mundo se están haciendo esta pregunta? ¿Cuántas personas escriben sobre sí mismas?
Sigo esperando que me presenten en mi nuevas funciones en el trabajo para poder organizar mi cabeza que está como en un limbo, yendo de un lugar a otro, inventando cosas para hacer por culpa de estar sin hacer nada, cosa que -parece- puedo hacer sin que nadie se moleste. No quiero ser independiente, no quiero trabajar por mi cuenta ni organizar mis propias tareas. Quiero que me manden y ordenen otros. Así es mejor el mundo. Al menos el mío. Si fuera por mí me iría a caminar, seguiría leyendo sobre Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez. Una generación con ideales, pasiones, aptitudes. Los que forjaron el destino nacional. Ellos hicieron lo que somos. ¿Por qué no puedo yo ser así? Crear una identidad nacional, un canon, una cátedra de literatura como Rojas o suicidarme como Lugones. Todos tan importantes y yo sin trabajar. Vamos. Yo puedo. Vamos. Voy a hacer algo, aunque sea lo último que haga, Voy a imaginarme otra vida, una vida que yo quiera. Vamos. Voy a seguir esperándola, agregándole cosas en mi mente para que cada vez sea mejor, ahorrando para ella, sacrificándome, y que cuando llegue yo no tenga que estudiar ni quejarme.   

martes, 20 de enero de 2015

Los nadies


Al parecer estos días resulta importante "ser o no ser" alguien. Yo no quiero ser nadie. Yo no soy nadie. No me desespera, no me incomoda. No soy nadie y no considero imperioso serlo. Si pudiera elegir sería yo, aunque no estoy segura de qué signifique ser uno mismo. Sería mujer, sería hija de mis padres, sería argentina. Viviría en la calle Dorrego. Pero no, no quiero ser nada. ¿Por qué de manera tan sencilla, tan rápida, hay personas que deciden qué ser, qué no? ¿Qué esconde, en verdad, el "yo soy"? ¿Cuándo el "yo soy" se convirtió en "todos somos"? Yo no quiero ser nadie, a mi no me incluyan. Cuando escriban el titular de mañana, digan, todos menos ella. Yo no quiero ser nadie. No necesito ser alguien para vivir. Por eso no necesito ascender en el trabajo, no necesito que me reconozcan nada, no me gusta que me elogien o saluden. Por eso mismo no me importa renunciar a lo poquísimo que tengo, o directamente nunca conseguir nada. No necesito ponerme en la identidad de nadie porque sencillamente no aspiro a ser. No necesito vestirme con la ropa de nadie. No soy porque no quiero, porque no hay que "ser" para tomar posición. Formo parte de esa infinita masa llamada los nadies.Pero los nadies también decimos, nos enojamos, somos críticos y pensantes. Los nadies justamente son los que no se decidieron ni quieren hacerlo, seguramente nunca. Después nadie nos acusa a los nadies de haber cambiado de ser, de habernos vendido a la identidad de otro. En el fondo todos somos nadies pero algunos creen que pueden dejar de serlo. El jefe nos obliga a ser cosas que no queremos y algunos nadies por el sólo hecho de ser algo o provocar el amor del jefe que nunca va a querernos -porque él si es alguien y a los nadies, nadie los quiere- se convierten en cualquier cosa, lo primero que se presenta. Un francés humorista o un fiscal millonario. Qué importa. Lo que importa es ser. Lo que importa es no ser nadie.
A veces los nadies encuentran otros nadies que tampoco quieren ser algo. Alguien los escucha y les presta atención. Y por lo menos de esa manera los nadies no se sienten tan solos, porque nadie los quiere y cuando otro nadie lo hace es de verdad, sin pretensiones. Pero los nadies no se vuelven famosos ni importantes. Con suerte alguna vez alguien los recuerda. Pero al segundo confirman que lo mejor del mundo es volver a ser nadie, insignificante y fuerte al mismo tiempo, porque para mirar los acontecimientos (de los que muchas veces ni los "alguien" más importantes forman parte) y hablar no hace falta asumir una identidad que después, muchas veces, cuesta abandonar.