Escribí una reseña sobre un
libro y la revista para la que me pidieron que la escriba me mandó correcciones
del tipo: "Aclarar en qué sentido los invierte en el título: se trata de
una inversión del binomio sarmiento civilización o barbarie tal como lo formuló
en el título de su texto Facundo, que luego cristalizó en el sintagma en el
cual civilización está siempre en primer lugar o, al menos, esa es la opción no
marcada en términos lingüísticos". No entendí nada, me quedé en la
parte de "aclarar", lo demás creo que está en otro idioma. Con
algunos de mis amigos de la carrera siempre tenemos esa idea de que escribir
para la academia no tiene porqué ser aburrido. Ojalá pudiera leer mi mamá
o mis hermanas algunas de las cosas que publico. Ojalá nuestras reseñas
sirvieran para que alguien más que no somos nosotros (estudiantes o graduados
de Letras) compráramos un libro como el de Gabo. Bueno, otra cosa que
ofendió bastante de mi reseña (por la cantidad de veces que está corregido el
mismo "error") es que repito mucho el nombre del autor (y no su apellido). Está
mal, todo está mal: acercarse, opinar, repetir, oraciones sin verbo, oraciones
cortas, no usar conectores, no explicitar todo. A algunas correcciones no voy a
atender porque se supone que uno no revela todo en una reseña. Se intenta
provocar que los demás lean (ya ni siquiera que vayan a comprar el libro).
Además no quiero estar pensando en las comas cuando escribo. Arlt decía que
había que escribir sobre un pedazo de cartón, sobre cualquier superficie,
apurado, con furia. No entendieron nada, loco. Qué están haciendo con la
literatura. Nos vamos a convertir en los personajes idiotas de esas novelas de
Arlt y de Boedo: los cagatintas, los obreros botones, los mediocres.
Bueno, voy a hacer una lista
de las cosas que detesto de la escritura académica a pesar de que las use:
-Las oraciones impersonales:
"Se lee en el siguiente párrafo", "Se trata de", "Se
podría pensar". Quién lee, quién trata, quién puede pensar.
-Los conectores complejos
como "Resulta necesario", "A priori", "En otro orden
de cosas".
-Palabras que no usamos de
ninguna manera en el discurso oral: "ACASO", "RESULTA".
-El uso indiscriminado de la
palabra "texto". Texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto
texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto
(El
word debería censurarnos, debería existir un contador y un límite para el uso
de esta palabra).
-Los malos lectores de
Barthes, es decir, buenos lectores académicamente hablando, malos barthesianos.
Ganan becas, escriben libros, artículos, ponencias, dictan cursos, seminarios,
conferencias. Pero son sólo estudiosos de Barthes. Deberían leerlo menos e
imitarlo más. Barthes estaría conmigo ahora, en este "texto". En
primer lugar, me daría la razón porque soy estudiante. Barthes era amante de la
juventud y nunca desdeñó (por el contrario, ponderó muchísimo) el lugar del
estudiante. Creo que cuando nos dicen "ahí iría mejor un guión y no una
coma", "reformulá esta oración" o "revisar la estructura de
la oración", nos están negando un estilo. Que nos juzguen los lectores.
Los lectores van al corazón de lo que se escribe, no a los conectores, los
verbos, las oraciones unimembres, los planos semánticos. No digo que eso no sea
necesario, pero es bastante más prescindible que no tener corazón. Yo creo que
lo tengo. Me encantó el libro de Gabo, sí, Gabo, porque él mismo hace que nos
podamos sentir cerca mientras leemos y no lejos, como el historiador allá
arriba en su torre de marfil. Lo que los correctores interpretan como errores
no son más que efectos de lectura. Las reseñas deberían ser opiniones de
lectores, no artículos de divulgación científica.
Lo ameno no quita lo
erudito.
Dos recuerdos:
*No voy a olvidar
que en primer año de la carrera escribí un trabajo sobre Umberto Eco, El nombre
de la rosa. Para decir la verdad el libro no me había gustado. Lo abominaba. Me
parecía aburrido, soberbio y ni siquiera creía entenderlo del todo. Estaba
escrito en códice. Nunca más volví a leerlo. No dejé la carrera pero estuve
enojada con la literatura por un tiempo. Yo amaba a Walsh, a sus policiales de
tahúres, malandrines y borrachos. Lo había leído a los catorce años y había
quedado fascinada. Claro, Eco hacía con el policial todo lo que Walsh no hacía.
Ni Poe. Ni Conan Doyle. Para mi, leer libros en donde había asesinatos era como
consumir una droga: un efecto fuerte en poco tiempo. Eco aburría, me dormía,
aletargando todo lo que podía pasar con sus supersaberes de la cultura
clásica, religiosa, medieval. Pero escribí el trabajo. Hablé de los
espejos. Sí, hablé de Borges y puse todas las cosas obvias y mediocres que
ponemos en los trabajos. Me había gustado ese tema, algo me había atrapado. En
ese momento escuchaba a Dolina a la noche porque allá en el campo donde vivía
la televisión no tenía decodificador para ver todos cosas diferentes. Se miraba
en todos los teles la misma cosa: la que mi padrastro eligiera. Entonces con mi
hermana escuchábamos la radio. Un día, en plena escritura de mi trabajo, Dolina
habló de los espejos. Con mi compañera con la que compartíamos el hacer de ese
trabajo, pusimos una frase (algo que había dicho oralmente) de Alejandro Dolina
como epígrafe. La frase era hermosa pero la olvidé. Era perfecta. Cuadraba,
cerraba, generaba misterio. La olvidé porque creo que prioricé el recuerdo de
la anotación que la profesora puso al lado: "La próxima vez usar autores
académicos". El trabajo lo aprobamos pero yo estaba desilusionada. En un
año de carrera me había animado tímidamente a desafiar las normas (que todavía
no conocía) de la escritura académica. Y había sido retada como en la escuela.
La profesora no nos dijo nada, sólo se escondió atrás de esas letras en verde
con una flechita que marcaban la condena del pobre Dolina. No dejé de
escucharlo y de pensar que esa frase era buenísima. Empecé el triste pero
alentador camino de cuestionar las correcciones de los profesores. Al poco
tiempo, otra profesora me puso un nueve en un parcial escrito pero al final en
las observaciones decía que no estaba muy bien escrito y que citaba mucho a
Marx. Esa profesora me enseñó una de las cosas más importantes de la carrera
(como es algo bueno lo que me dejó voy a decir que era Ana Porrúa): el valor de
las lecturas. Leer es un poquito más importante que escribir. Es decir, para
escribir hay que leer. Mi texto no estaba bien escrito, era cierto; era muy
prematuro, muy inocente y demasiado pretencioso. Apenas sabía cómo citar y
abusaba del recurso. Pero seguramente algo de todo ese quilombo había atrapado
a la profesora. Entendí que eso era mi lectura de "El corazón de las
tinieblas".
**Uno de los requisitos de
la carrera es cursar un nivel de idioma. Como desde chica estudié inglés y
además hice la secundaria en un colegio bilingüe, lo elegí para cursarlo,
pensando que sacaría la mejor nota. Hice varias tramoyas y conseguí no cursarlo
a costa de rendir dos exámenes y un trabajo práctico. El segundo examen
consistía en traducir al castellano un artículo sobre la Nueva Crítica en
E.E.U.U. Como justo estaba estudiando eso para otra materia me explayé en
exceso, también haciendo uso de mis conocimientos de inglés. La profesora no
dudó en ponerme una mala nota (aunque la traducción estaba bien hecha) y una
observación en letra roja, gigante: "EXCESO DE OPINIÓN". Quisiera
tener una foto de esa prueba para subir porque muchas personas no me creyeron
la anécdota por lo inverosímil, lo fantástico. Fue cierto, aprobé raspando la
única materia que pensé que iba a hacer casi con los ojos cerrados. Pero
aprendí que una de las lógicas de estudiar en la universidad no es saber ni
conocer sino saber y conocer a la medida de que los profesores quieren que
sepas y conozcas. Nos amoldamos a ellos; pocos nos dejan solos y nos
escuchan.
Ya corregí la reseña y no
estoy tan enojada. A veces pienso que no todos perseguimos la misma idea de
academia o de universidad. Siempre recuerdo a profesores que decían que Felipe
Pigna no hacía historia o a filósofos que decían que Feinmann era 'malísimo
haciendo filosofía'. Casi siempre es la misma operación: decir que eso NO es
filosofía o NO es historia, como si no pudieran haber muchas filosofíaS y
muchas historiaS. En general, a mis compañeros no les gustan Pigna ni Feinmann
(menos si son peronistas o no tienen lecturas negativas del fenómeno). Les
repulsa la idea de que todos puedan saber o conocer lo que para nosotros debe
estar en un cofre cerrado porque ahí descansa nuestra especificidad, nuestro
saber, en fin, nuestro trabajo. Por eso estudiamos Profesorado y Licenciatura,
porque investigar y educar no son lo mismo, aunque deberían. Investigando se
debería educar y educando, investigar. ¿Estoy siendo muy hippie? Tal vez. Pero
prefiero ser hippie que policía. Para eso, acá van dos notas mentales para
mí:
1) No mandar más reseñas a
revistas que me corrijan hasta los puntos y las comas o me digan cómo tengo que
nombrar al autor, cuántas veces puedo repetir la misma palabra, etc. Sé
que lo voy a tener que hacer, de todos modos.
2) Tener mucho cuidado si
algún día tengo que corregir reseñas para comer. Tratar de respetar mis propias
concepciones e ideas.
Dicen que los de humanidades
somos aburridos, fuma-porro, delirantes, hippies, y los que lo dicen tienen
razón. No nos entendemos ni nosotros (como yo que no entiendo las aclaraciones
de la revista a mi reseña). No piensen que es una cuestión de ego porque ya
corregí la reseña y pronto estará a su disposición. Pensé en subir la versión
original para que cotejen, pero ahora me resulta bastante caprichoso. Esa
etiqueta no nos saca lo valioso (la de hippies o la de raros) porque si estamos
drogados quiere decir que lo que decimos es incoherente y si somos raros, es
que nadie entiende. Y no es así. Estudiamos, leemos, pensamos, cuestionamos y
educamos. Muchos nos criamos entre libros y no concebimos otra vida que la de
estar rodeados de ellos. No por nerds, no por inteligentes, no por aburridos.
Las pasiones no se explican. Rilke decía algo así como que si usted
piensa que puede vivir sin escribir, entonces, no debe escribir más. Tenía
razón. Escribir donde sea y como sea, agregó Arlt. También tenía razón. Y que los mala leche bufen.