domingo, 7 de febrero de 2016

Breve manifiesto contra los guardianes del saber

Escribí una reseña sobre un libro y la revista para la que me pidieron que la escriba me mandó correcciones del tipo: "Aclarar en qué sentido los invierte en el título: se trata de una inversión del binomio sarmiento civilización o barbarie tal como lo formuló en el título de su texto Facundo, que luego cristalizó en el sintagma en el cual civilización está siempre en primer lugar o, al menos, esa es la opción no marcada en términos lingüísticos". No entendí nada, me quedé en la parte de "aclarar", lo demás creo que está en otro idioma. Con algunos de mis amigos de la carrera siempre tenemos esa idea de que escribir para la academia no tiene porqué ser aburrido. Ojalá pudiera leer mi mamá o mis hermanas algunas de las cosas que publico. Ojalá nuestras reseñas sirvieran para que alguien más que no somos nosotros (estudiantes o graduados de Letras) compráramos un libro como el de Gabo. Bueno, otra cosa que ofendió bastante de mi reseña (por la cantidad de veces que está corregido el mismo "error") es que repito mucho el nombre del autor (y no su apellido). Está mal, todo está mal: acercarse, opinar, repetir, oraciones sin verbo, oraciones cortas, no usar conectores, no explicitar todo. A algunas correcciones no voy a atender porque se supone que uno no revela todo en una reseña. Se intenta provocar que los demás lean (ya ni siquiera que vayan a comprar el libro). Además no quiero estar pensando en las comas cuando escribo. Arlt decía que había que escribir sobre un pedazo de cartón, sobre cualquier superficie, apurado, con furia. No entendieron nada, loco. Qué están haciendo con la literatura. Nos vamos a convertir en los personajes idiotas de esas novelas de Arlt y de Boedo: los cagatintas, los obreros botones, los mediocres. 
Bueno, voy a hacer una lista de las cosas que detesto de la escritura académica a pesar de que las use:
-Las oraciones impersonales: "Se lee en el siguiente párrafo", "Se trata de", "Se podría pensar". Quién lee, quién trata, quién puede pensar. 
-Los conectores complejos como "Resulta necesario", "A priori", "En otro orden de cosas".
-Palabras que no usamos de ninguna manera en el discurso oral: "ACASO", "RESULTA".
-El uso indiscriminado de la palabra "texto". Texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto 
texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto texto 
(El word debería censurarnos, debería existir un contador y un límite para el uso de esta palabra). 
-Los malos lectores de Barthes, es decir, buenos lectores académicamente hablando, malos barthesianos. Ganan becas, escriben libros, artículos, ponencias, dictan cursos, seminarios, conferencias. Pero son sólo estudiosos de Barthes. Deberían leerlo menos e imitarlo más. Barthes estaría conmigo ahora, en este "texto". En primer lugar, me daría la razón porque soy estudiante. Barthes era amante de la juventud y nunca desdeñó (por el contrario, ponderó muchísimo) el lugar del estudiante. Creo que cuando nos dicen "ahí iría mejor un guión y no una coma", "reformulá esta oración" o "revisar la estructura de la oración", nos están negando un estilo. Que nos juzguen los lectores. Los lectores van al corazón de lo que se escribe, no a los conectores, los verbos, las oraciones unimembres, los planos semánticos. No digo que eso no sea necesario, pero es bastante más prescindible que no tener corazón. Yo creo que lo tengo. Me encantó el libro de Gabo, sí, Gabo, porque él mismo hace que nos podamos sentir cerca mientras leemos y no lejos, como el historiador allá arriba en su torre de marfil. Lo que los correctores interpretan como errores no son más que efectos de lectura. Las reseñas deberían ser opiniones de lectores, no artículos de divulgación científica.

Lo ameno no quita lo erudito. 

Dos recuerdos:
*No voy a olvidar que en primer año de la carrera escribí un trabajo sobre Umberto Eco, El nombre de la rosa. Para decir la verdad el libro no me había gustado. Lo abominaba. Me parecía aburrido, soberbio y ni siquiera creía entenderlo del todo. Estaba escrito en códice. Nunca más volví a leerlo. No dejé la carrera pero estuve enojada con la literatura por un tiempo. Yo amaba a Walsh, a sus policiales de tahúres, malandrines y borrachos. Lo había leído a los catorce años y había quedado fascinada. Claro, Eco hacía con el policial todo lo que Walsh no hacía. Ni Poe. Ni Conan Doyle. Para mi, leer libros en donde había asesinatos era como consumir una droga: un efecto fuerte en poco tiempo. Eco aburría, me dormía, aletargando todo lo que podía pasar con sus supersaberes de la cultura  clásica, religiosa, medieval. Pero escribí el trabajo. Hablé de los espejos. Sí, hablé de Borges y puse todas las cosas obvias y mediocres que ponemos en los trabajos. Me había gustado ese tema, algo me había atrapado. En ese momento escuchaba a Dolina a la noche porque allá en el campo donde vivía la televisión no tenía decodificador para ver todos cosas diferentes. Se miraba en todos los teles la misma cosa: la que mi padrastro eligiera. Entonces con mi hermana escuchábamos la radio. Un día, en plena escritura de mi trabajo, Dolina habló de los espejos. Con mi compañera con la que compartíamos el hacer de ese trabajo, pusimos una frase (algo que había dicho oralmente) de Alejandro Dolina como epígrafe. La frase era hermosa pero la olvidé. Era perfecta. Cuadraba, cerraba, generaba misterio. La olvidé porque creo que prioricé el recuerdo de la anotación que la profesora puso al lado: "La próxima vez usar autores académicos". El trabajo lo aprobamos pero yo estaba desilusionada. En un año de carrera me había animado tímidamente a desafiar las normas (que todavía no conocía) de la escritura académica. Y había sido retada como en la escuela. La profesora no nos dijo nada, sólo se escondió atrás de esas letras en verde con una flechita que marcaban la condena del pobre Dolina. No dejé de escucharlo y de pensar que esa frase era buenísima. Empecé el triste pero alentador camino de cuestionar las correcciones de los profesores. Al poco tiempo, otra profesora me puso un nueve en un parcial escrito pero al final en las observaciones decía que no estaba muy bien escrito y que citaba mucho a Marx. Esa profesora me enseñó una de las cosas más importantes de la carrera (como es algo bueno lo que me dejó voy a decir que era Ana Porrúa): el valor de las lecturas. Leer es un poquito más importante que escribir. Es decir, para escribir hay que leer. Mi texto no estaba bien escrito, era cierto; era muy prematuro, muy inocente y demasiado pretencioso. Apenas sabía cómo citar y abusaba del recurso. Pero seguramente algo de todo ese quilombo había atrapado a la profesora. Entendí que eso era mi lectura de "El corazón de las tinieblas".
**Uno de los requisitos de la carrera es cursar un nivel de idioma. Como desde chica estudié inglés y además hice la secundaria en un colegio bilingüe, lo elegí para cursarlo, pensando que sacaría la mejor nota. Hice varias tramoyas y conseguí no cursarlo a costa de rendir dos exámenes y un trabajo práctico. El segundo examen consistía en traducir al castellano un artículo sobre la Nueva Crítica en E.E.U.U. Como justo estaba estudiando eso para otra materia me explayé en exceso, también haciendo uso de mis conocimientos de inglés. La profesora no dudó en ponerme una mala nota (aunque la traducción estaba bien hecha) y una observación en letra roja, gigante: "EXCESO DE OPINIÓN". Quisiera tener una foto de esa prueba para subir porque muchas personas no me creyeron la anécdota por lo inverosímil, lo fantástico. Fue cierto, aprobé raspando la única materia que pensé que iba a hacer casi con los ojos cerrados. Pero aprendí que una de las lógicas de estudiar en la universidad no es saber ni conocer sino saber y conocer a la medida de que los profesores quieren que sepas y conozcas. Nos amoldamos a ellos; pocos nos dejan solos y nos escuchan. 
Ya corregí la reseña y no estoy tan enojada. A veces pienso que no todos perseguimos la misma idea de academia o de universidad. Siempre recuerdo a profesores que decían que Felipe Pigna no hacía historia o a filósofos que decían que Feinmann era 'malísimo haciendo filosofía'. Casi siempre es la misma operación: decir que eso NO es filosofía o NO es historia, como si no pudieran haber muchas filosofíaS y muchas historiaS. En general, a mis compañeros no les gustan Pigna ni Feinmann (menos si son peronistas o no tienen lecturas negativas del fenómeno). Les repulsa la idea de que todos puedan saber o conocer lo que para nosotros debe estar en un cofre cerrado porque ahí descansa nuestra especificidad, nuestro saber, en fin, nuestro trabajo. Por eso estudiamos Profesorado y Licenciatura, porque investigar y educar no son lo mismo, aunque deberían. Investigando se debería educar y educando, investigar. ¿Estoy siendo muy hippie? Tal vez. Pero prefiero ser hippie que policía. Para eso, acá van dos notas mentales para mí: 

1) No mandar más reseñas a revistas que me corrijan hasta los puntos y las comas o me digan cómo tengo que nombrar al autor, cuántas veces puedo repetir la misma palabra, etc. Sé que lo voy a tener que hacer, de todos modos.
2) Tener mucho cuidado si algún día tengo que corregir reseñas para comer. Tratar de respetar mis propias concepciones e ideas.

Dicen que los de humanidades somos aburridos, fuma-porro, delirantes, hippies, y los que lo dicen tienen razón. No nos entendemos ni nosotros (como yo que no entiendo las aclaraciones de la revista a mi reseña). No piensen que es una cuestión de ego porque ya corregí la reseña y pronto estará a su disposición. Pensé en subir la versión original para que cotejen, pero ahora me resulta bastante caprichoso. Esa etiqueta no nos saca lo valioso (la de hippies o la de raros) porque si estamos drogados quiere decir que lo que decimos es incoherente y si somos raros, es que nadie entiende. Y no es así. Estudiamos, leemos, pensamos, cuestionamos y educamos. Muchos nos criamos entre libros y no concebimos otra vida que la de estar rodeados de ellos. No por nerds, no por inteligentes, no por aburridos. Las pasiones no se explican. Rilke decía algo así como que si usted piensa que puede vivir sin escribir, entonces, no debe escribir más. Tenía razón. Escribir donde sea y como sea, agregó Arlt. También tenía razón. Y que los mala leche bufen.  

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