lunes, 9 de octubre de 2017

Reconocimiento

Me despierto no sé a qué hora, en la que parece ser mi cama y no entiendo en dónde estoy. Creo que voy a ahogarme con mi propia saliva pero eso no pasa (nunca pasa). Me incorporo en la cama y miro al ventanal gigante que está pegado a mí, un poco más arriba, sin cortinas. Como esperando una respuesta. Hace poco estuve en Valparaíso y llegué a la conclusión de que las personas que viven cerca del puerto tienen mayor tendencia a la nostalgia y a la tristeza. Porque todas esas historias de exilio, idas y venidas, despedidas y extrañarse están siempre ahí, en el aire, en las cosas. Entonces uno mira al mar como mirando al otro lado, hablando con los que no están, pensando en su hogar, en lo que quedó lejos. No me pongo nada en los pies y salgo al balcón aunque hace frío. Sigo mirando como si el mar estuviera enfrente pero son todos edificios y luces.  No quiero volver a la casa que tenía, no quiero construir una nueva. Abajo se pelean los borrachos, se revolean botellas y pegan gritos. Suenan alarmas de autos. Los barrenderos revisan la basura y limpian las veredas y las calles. Yo los miro desde mi semipiso cinco estrellas, mi palacio gris concreto, creyendo que estoy cerca de conseguir todo lo que siempre quise. También fumo y aprovecho a regar las plantas. Para qué otra cosa son los balcones sino es para fumar y acumular plantas de todo tipo. Los veo pasar y creo que tienen frío, refrescó de golpe, injustamente porque la noche prometía. Se ríen, parecen felices. ¿Serán? Busco mi libreta para anotar esto, con forma de pensamiento trasnochado, desvelo... preguntarme una vez más si soy feliz acá.

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