sábado, 7 de noviembre de 2015

Ayer salimos con una amiga. Últimamente salgo todos los días. A cenar, a tomar cerveza, a bailar, a lo que se presente, no importa qué ni con quién. Las dos estamos conviviendo con nuestros novios, en el mismo punto de la carrera en la facultad y tenemos la misma edad. Nos quejamos durante un rato de que queríamos aventuras, de lo que fuese, que todo estaba bastante aburrido. Fuimos y robamos en una estación de servicio. Le dije que el de seguridad se había ido, que guardara la gaseosa entre su ropa y saliéramos corriendo porque el tipo que cobraba lo hacía muy lento. Todos nos habían visto pero corrimos muy rápido. Hacía mucho que no sentía adrenalina. Era como en una película, no sé, una vida emocionante, al borde de algo, cualquier cosa, aunque terminara mal. Tuve muchas ganas de salir a robar a otro lado y mi amiga me confesó lo mismo.
La semana pasada me fui martes y miércoles a Cariló con otras dos amigas y nos emborrachamos con champagne en un hotel cinco estrellas. Le pregunté a mi novio si eso le parecía normal, faltar al trabajo para ir borracha a un sauna, por más divertido que parecía me sonaba algo preocupante. Son planes que antes no hacía y la verdad es que desde hace un tiempo estoy con problemas para todo: para dormir, para despertarme, para concentrarme, para comer. Estoy triste. Y ganas de llorar. Por momentos pienso que con el tiempo se me va a pasar o pienso que debería hacer algo. Empecé el gimnasio pero mientras corro en la cinta o en la bicicleta tengo ganas de llorar. Pienso mucho y frunzo las cejas.
Fuimos a ver una película al festival de cine de adolescentes que se suicidan porque sus vidas son muy monótonas y se drogan mucho. Mi amiga cuando salimos me dijo que siempre piensa en el suicidio, que vivir es denso y aburrido pero que ni siquiera tiene ganas de pensar qué hacer o cómo terminar. Creo que desde ese día estoy bastante deprimida yo también, como los de la película y como mi amiga. Tengo una vida aceptable pero muy aburrida. Me estoy pareciendo a mis compañeros de trabajo. Eso me deprime y no puedo compartirlo con casi nadie porque las personas que me rodean no trabajan y si lo hacen pueden tomárselo personal. Es una trampa el trabajo, es como vender el alma al diablo por una tarjeta de crédito o un plan de pago para tener auto. Mis compañeros de trabajo hace diez años (o menos, voy a ser justa) que hacen lo mismo de sus vidas. Van a jubilarse de eso, nunca van a cambiar ni a dejar. No son de las personas que tiran todo y se van o cambian drasticamente de un día para otro. Pienso que me estoy pareciendo a ellos, que no puedo pensar en perder ese trabajo porque estoy muy cómoda haciendo la vida aburrida de cuarentona como todos. Pero mi insatisfacción, mi tristeza, es infinita, enorme. Tiene el tamaño de los sueños que todavía no puedo cumplir.

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