sábado, 16 de febrero de 2019

Atalaya

Una amiga me dijo que el universo es perfecto: todos estamos donde tenemos que estar.
Yo estoy en Atalaya ahora. Un pueblo al que le dicen balneario.
No tengo experiencia con el río. No conozco Punta Indio.
Es lógico que me pregunte qué hago acá.
No soy de acá. Los demás se dan cuenta que no soy de acá.
La gente se siente río o se siente mar.
Yo soy de mar. Vos sos de mar.
Cuando teníamos alguna crisis de pareja, planeábamos un viaje a Entre Ríos para arreglar las cosas. Nunca fuimos.
Antes de ver familias obreras bañarse y hacer asados.
Antes de ver bebés desnudos tirados en la arcilla.
Antes de la alerta naranja, ¿dónde estaba?
Antes se me caían encima los escombros de mi casa.
Trabajaba de cajera en un supermercado y me salían ampollas en los pies porque no me daban silla.
Iba a Gesell todos los veranos.
Me gustaba dormir a la intemperie.
En este pantano me siento bastante bien.
Los perros son salvajes y andan en patota buscando restos de comida.
Hay olor a caca.
Quiero retener este día para siempre.
Sí, mi felicidad vino con olor a podrido.
Aguas marrones y mugre.
Vos compraste un montón de cosas caras, te hiciste amigos nuevos, los llevaste a comer y a bailar, les pagaste todo y te seguís sintiendo igual de miserable. Pusiste un negocio para tener éxito, intentaste ser artista para tener éxito. Después armaste una familia. Y no pasó nada.
¿Por qué te esforzaste tanto?
¿No te enseñaron que la desesperación causa rechazo?
Me voy a meter en los pastizales.
El calor altísimo me marea. Me hace doler un poco la frente, justo arriba de las cejas.
No vine preparada.
Unos nenitos escriben sus nombres en la tierra con una rama.
Lucas, Braian, Ángel. El último le agrega un signo de exclamación.
Ya quiero llegar a casa. Cocinar.
Ponerme aloe vera en los cachetes.
Mirarme en el espejo, a ver si brillo.

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