sábado, 4 de abril de 2015

Don't marry me

Ayer estuvimos hablando con mi cuñada sobre su casamiento y me dí cuenta, como una epifanía, una revelación, de que yo nunca voy a casarme. No tengo nada en contra del casamiento. Sí, pienso que el amor no debería estar regulado por ninguna ley ni institución, el estado no debe entrometerse en nuestras vidas, cosas así, pero que no digo por miedo a parecer demasiado extremista o pesada. Pero no, en el fondo, me gusta ver a las personas felices y no hablo desde ningún lugar de autoridad moral o soberbia. Mi definición creo que tiene que ver con otra cosa.
1985. El casamiento de mis padres. Mi mamá una estudiante de pedagogía, mi papá veterinario. Un departamento en La Plata, muchos amigos, amor, gatos, perros, visitas. Después de muchos años, admitían que "era el paso que seguía", "todos en esa época nos casábamos". Se terminaron separando. Y eso no tuvo que ver directamente con el hecho de casarse o no, mi papá era muy niño aún, mi mamá bastante demandante. Que ya no se querían, decía mi mamá. Cada vez que veo fotos de casamientos o pienso en eso, me acuerdo de mamá y papá.
En álbumes guardo todas las fotos de su relación, matrimonio y nosotras, sus hijas. Las heredé sin pedirlas, en un acto de despecho quizás de ambos o de superación. La cuestión es que en sus viajes, en su época de estudiantes se ven tan hermosos. Flacos, hippies, contentos. Con los bebés también. Pero en el casamiento no. Están gordos, mi mamá muy adulta, con el pelo corto. Mi papá peinado a la gomina. Como más grandes. Ella volvió a casarse y a separarse por segunda vez. Mi papá no. No se casó pero tuvo hijos y también se separó. Yo desde muy chica aprendí que las cosas se terminan y los hombres se van. Mamá después tuvo varios novios, estuvo sola. Estábamos muy bien viviendo solas.
Para mí su casamiento es el principio del fin. Guardo sus fotos de juventud como un tesoro en el que había amor. Lo que vino después no fue mejor. Se aburrieron, ya sabían que se tenían, la ley lo probaba. Empezaron a querer cosas distintas. Mi mamá finalmente tomó la decisión de quedarse sola, aunque no por mucho tiempo. Esa fue otra lección que aprendí. No hay que conformarse con el primero que se cruza en nuestro camino, aunque tengamos con él la escritura de una casa, una vida asegurada e hijos. Todo se puede arreglar pero la insatisfacción.. Eso no tiene arreglo. Por pensar así mi mamá se divorció con tres nenas, sola, a buscar otro hombre que fuera como ella lo quería. Mi papá pidió un crédito en el banco y se compró un departamento. Me dijo varias veces que había aprendido la lección y no iba a casarse de nuevo. Desde esos días cualquier foto de casamiento me trae recuerdos tristes, aunque prefiero a mis padres felizmente divorciados, que juntos.
Ellos  se separaron cuando tenía seis años. No recuerdo mucho de antes pero sí del divorcio. Escuchar sus quejas, los trámites, los abogados, la guita. La guita. Eso. Todo el tiempo. Pienso: lo complicado siempre es encontrar a esa persona increíble que te cambia la vida, no separarse. Si ya no hay amor no tiene que ser difícil terminar. Algo tiene que estar mal. ¿Tanto esfuerzo para probar el amor? ¿Tanto para separarse? Dinero, organización, tiempo. Yo quiero un amor sin nada. Vacío. No quiero vestidos, no quiero fiestas, no quiero fotos. Quiero que sea tan fácil vernos como separarnos. Porque tengo la ilusión de que si no nos une nada y seguimos juntos es porque queremos. Los papeles, las personas, las declamaciones lo enrarecen todo. Además me encanta estar en contra de las cosas. Quiero un amor diferente.
Torta de casamiento mamá y papá


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